«Guachimontones: Una aventura ancestral en forma de pirámide redonda»

En el corazón de la tierra de Teuchitlán, donde el pasado susurra secretos, se alza una pirámide redonda, un
faro de misterios. Aquí, donde los ecos de antiguos rituales aún danzan en el viento, los visitantes vienen, con
ojos brillantes y corazones abiertos, buscando la energía que solo este lugar sagrado puede ofrecer.


El Equinoccio se aproxima, y los Guachimontones, guardianes de tradiciones y misticismo, se preparan para
recibir a los peregrinos de la primavera. Con la promesa de renovación, cientos de almas han comenzado su
peregrinaje, anhelando la vibración ancestral que promete un nuevo comienzo.
Vestidos de blanco puro, como lienzos listos para ser pintados con la paleta de la historia, grupos de amigos
y familias se reúnen. Vienen a empaparse de la cultura Teuchitlán, a poco más de una hora de la vibrante
Guadalajara. El consejo es unánime: lleguen con el alba, cuando los primeros rayos de sol besan la cima de la
pirámide y el museo abre sus puertas al conocimiento y la maravilla.
La olla tejuinera, restaurada con paciencia y amor, es testigo de la destreza y el esmero de aquellos que la
devolvieron a la vida. Miriam Villaseñor, directora de Museos, nos cuenta la odisea de unir 250 fragmentos
dispersos, un rompecabezas que revela historias fermentadas en el tiempo.
El laboratorio arqueológico, un santuario de sabiduría, invita a los visitantes a observar, detrás de cristales
que separan pero no ocultan, el meticuloso trabajo de arqueólogos y antropólogos. Es un viaje visual a las
profundidades de la tierra y del tiempo.
Y al final del recorrido, una invitación a la reflexión: una proyección que narra la epopeya de Phil Weigand y
su descubrimiento de los Guachimontones. Una historia de descubrimiento que continúa escribiéndose con
cada grano de tierra que se desplaza y cada secreto que se revela